Etapa 6: El Provencio - Villacañas (Toledo).

  9 de Julio de 2025.

Etapa 6: El Provencio - Villacañas.

Distancia: 85 km.
Desnivel acumulado: 129 m.
Hora de Salida: 7:00 h.
Hora de Llegada: 13:30 h.
Tiempo empleado: 6 horas 35 minutos, (tiempo en Wikiloc).



Laguna de Manjavacas, (Cuenca).


    Hay viajes que se planean y otros que simplemente se sienten. En pleno mes de julio, con el calor apretando y las alforjas cargadas, me lancé a recorrer los caminos de tierra de Castilla-La Mancha.

     Buscaba el silencio, los pueblos tranquilos y la inmensidad de una llanura que parece no tener fin. Lo encontré todo… y más.

    Son las cinco de la mañana. Todo está preparado: las alforjas recogidas, el equipaje justo y el cuerpo aún medio dormido, solo me queda desayunar las cuatro cosas que compré ayer en el supermercado.

Las 5:30 de la madrugada al pie del Hostal.

    En el hostal no se oye un alma, con sigilo, voy sacando una a una las cosas hasta la puerta de salida, primero las alforjas, luego la bicicleta y antes de cerrar, le doy un último repaso a la habitación, por si quedara algo olvidado, me calzo las zapatillas de la bici, hasta ahora había evitado ponérmelas para no despertar a nadie con el ruido de las calas, y me dirijo hacia la puerta que el dueño me indicó para salir.

    Pero al intentar abrir… horror. ¿Qué pasa aquí? La llave no gira, pero si es la que me dio el dueño, estoy seguro, pero no abre,  pruebo una y otra vez y nada, por un momento me temo que voy a tener que esperar encerrado hasta que alguien venga a abrir el Hostal.

    Entonces miro hacia un lado y veo otra puerta y me acerco, pruebo la llave… y eureka, esta sí, al girarla, un suspiro de alivio me recorre el cuerpo. No estoy encerrado, el día puede empezar, y con él, la ruta.


Iglesia Ntra. Sra. de la Asunción en El Provencio

   Es noche cerrada, doy una última vuelta por Villacañas antes de poner rumbo al oeste, dispuesto a seguir el camino marcado del Sureste, avanzo por los caminos de tierra, iluminados únicamente por el foco de mi bicicleta, más allá de unos pocos metros todo es oscuridad, por la mañana el aire es fresco todavía y solo se oye el rodar suave de las ruedas sobre el polvo.  

  

A Cuatro kilómetros de El Provencio, Noche cerrada.

    Durante un buen tramo pedaleo rodeado de pinares, sombras quietas en la oscuridad que me acompañan en silencio. Poco a poco, el horizonte empieza a aclararse, y con las primeras luces del amanecer aparecen los campos dorados de cereal.

    El paisaje cambia de color y los tonos amarillentos se funden con la luz anaranjada del alba, y el campo va despertando conmigo, se oye algún tractor en la lejanía para hacer labores en los campos antes de que el sol de esta temporada sea más fuerte. A lo largo del camino aparecen algunos cortijos solitarios, uno de ellos, flanqueado por grandes ánforas, leo su nombre, Casa del Cristo.

Los colores del Alba inundan el camino.

    Tras dejar atrás la Casa del Cristo, los caminos se abren hacia un paisaje de llanuras doradas, donde los campos de cereal parecen fundirse con el horizonte. Cada pedalada resuena sobre la tierra seca y polvorienta, mientras el calor de la mañana comienza a intensificarse, el aire huele a tierra recién labrada, a trigo y a sol.

    Poco a poco, los campos se van salpicando de cortijos dispersos, vestigios de una vida agrícola que resiste el paso del tiempo. Entre ellos, aparece la localidad Las Mesas, un municipio conquense que mantiene viva la tradición de la vid. Sus calles tranquilas y su aire sereno me recuerdan que aquí la vida aún gira al ritmo del campo. Los viñedos se extienden alrededor, y en cada detalle se percibe la paciencia y el cuidado de quienes trabajan la tierra.

Localidad conquense de Las Mesas.

 Saliendo de la localidad de Las Mesas, continuo por caminos de tierra, coinciendo con el Camino Natural de los Humedales de la Mancha, un conjunto de lagunas salinas y estepas en el centro de La Mancha (Cuenca, Toledo, Ciudad Real) de gran valor ecológico, y que se caracterizan por ser humedales de régimen estacional, que albergan especies de flora y fauna únicas, incluyendo aves migratorias.

Campos de cereal y amplios viñedos saliendo de Las Mesas.
    

    Sigo la ruta y, tras otro tramo de caminos polvorientos y bien señalizados bien rodeado de extensos viñedos, llego a la Laguna de Manjavacas, un refugio inesperado en medio de la llanura. Sus aguas reflejan el cielo de la mañana, y el vuelo de las aves acuáticas acompaña mis pensamientos mientras hago una pausa. La luz del sol sobre el humedal revela la riqueza de su biodiversidad, y siento cómo la naturaleza ofrece un respiro al viajero cansado.

La laguna de Manjavacas y extenso viñedo.

   A los pies del camino hay un observatorio, una pequeña caseta desde la que se pueden contemplar las aves que habitan la zona. Dedico allí un buen rato; cuesta creer que, en un rincón de La Mancha que podría ser puro secano, exista este humedal y su laguna, auténtico refugio para las aves migratorias..

Vista desde el observatorio de aves de la Laguna de Manjavacas.

    A pocos minutos de la laguna, y tras avanzar por un camino de madera habilitado entre los cañizos, me dirijo hacia la Ermita de Manjavacas, allí me espera otro observatorio, esta vez una torre de madera que invita a subir, y cómo no, allá voy, desde arriba, un horizonte verde se abre a mis pies: a lo lejos, las lagunas del humedal; y, más allá del terreno salvaje que las rodea, se extienden los viñedos, destacando con su intenso color verde.

La torre observatorio del humedal.

    

Vista de los humedales, esta vez desde la torre.

    Uno pierde la noción del tiempo frente a estos paisajes, pero la ruta es larga y toca continuar, así que desciendo del mirador y cogiendo de nuevo la bici empiezo a pedalear y a los pocos metros, un desvío señala la dirección de la ermita de Manjavacas, un pequeño templo que está en lo alto de un montículo en medio de un pinar.




Ermita de Manjavacas, Mota del Cuervo (Cuenca).

    Su construcción, que data del siglo XVII, se levantó en un cruce de caminos de un entorno que antaño estuvo despoblado, como un guardián silencioso del campo manchego, sus muros encalados, la sencillez de sus arcos y de su arquitectura transmiten calma y recogimiento, me detengo unos instantes observando la ermita, punto de encuentro para las localidades de alrededor, mientras el sol ilumina la fachada y los campos que la rodean, creando un juego de luces y sombras que parece suspendido en el tiempo.

    Con la energía renovada, preparo la bicicleta y las alforjas, sabiendo que aún quedan kilómetros por recorrer. La Mancha se extiende ante mí, cálida y silenciosa, con caminos de tierra que invitan a descubrir cada recodo, cada cortijo, cada historia escondida entre los campos dorados. El viaje sigue, y con él, la sensación de libertad que solo ofrece la bicicleta en tierras tan abiertas y profundas.

Campos de viñedos, al fondo se divisa El Toboso (Toledo).

    Con la Ermita de Manjavacas atrás, retomo el camino, los campos verdes y dorados se suceden hasta donde alcanza la vista, salpicados de cortijos y cercados antiguos que parecen guardar historias olvidadas, el aire sopla cálido, moviendo las espigas y acompañando el constante girar de mis ruedas, cada pedalada es un diálogo con la tierra, con su silencio y su ritmo pausado.

Dulcinea y Don Quijote, figuras emblemáticas de El Toboso.

    Poco a poco, los campos de cereal se mezclan con viñedos, y al acercarme a El Toboso, el aire parece impregnarse de literatura, este municipio toledano es famoso por su vínculo con Don Quijote de la Mancha y la figura de Dulcinea, sus calles encaladas, tranquilas y solitarias en esta hora temprana, me invitan a detenerme. La Casa de Dulcinea y la iglesia parroquial son testigos del paso del tiempo, y al recorrerlas siento cómo la historia se mezcla con el presente. Los viñedos y los campos de cereal que rodean el pueblo completan un paisaje que parece sacado de las páginas de Cervantes.

Mojón del Camino de Santiago, junto a la Iglesia de San Antonio Abad, El Toboso.

    Saliendo de El Toboso el camino vuelve a adentrarse en la vasta llanura manchega hasta llegar a La Puebla de Almoradiel, entre ambos puntos hay unos 9 kilómetros en los que la ruta transcurre entre viñedos y olivos, y un nuevo protagonista aparece en el paisaje, los campos de pistachos, que yo personalmente no había visto hasta ahora.


Pistachero, es el nombre común más utilizado para referirse al árbol.

    Saliendo de La Puebla de Almoradiel, el camino se dirige hacia La Villa de Don Fadrique, mientras uno pedalea entre viñedos, olivares y campos de pistachos. La llanura manchega se extiende a ambos lados, y cada giro del pedal ofrece nuevas vistas de la agricultura local.

Campos entre La Puebla de Almoradiel y La Villa de Don Fabrique.

    La Villa de Don Fadrique, fundada en 1343 por el Infante Don Fadrique y ss casas solariegas y antiguas iglesias muestran la riqueza de la arquitectura popular manchega, mientras los restos de destilerías y viñedos recuerdan la tradición vinícola del lugar, la villa, con sus calles tranquilas y su ambiente sereno, ofrece un equilibrio perfecto entre patrimonio, naturaleza y la autenticidad de la vida rural. 

    Llevo ya 45 kilómetros a mis espaldas y la etapa de hoy se acerca a su fin, son cerca de las 11 de la mañana y el calor empieza a hacerse fuerte, así que decido hacer una parada para reponer fuerzas, para lo cual tengo que desviarme de mi camino y dirigirme hacia la carretera CM-410a, que atraviesa esta localidad, y allí encuentro un bar dónde me siento a disfrutar de un buen bocadillo de tortilla de patata, mientras tanto, entablo conversación con un lugareño y  resulta que conoce Logroño a la perfección, porque hizo el servicio militar en mi tierra natal.

A la mujer vendimiadora y al fondo La ermita de Nuestra Señora del Egido.

   Quedan apenas 6 kilómetros hasta Villacañas y el calor comienza a hacerse sentir con fuerza, es casi mediodía, madrugar ha sido una sabia decisión, así evito avanzar cuando el sol aprieta con toda su intensidad en pleno mes de julio en esta llanura manchega, cada pedalada temprana se convierte en un pequeño triunfo sobre el calor y la fatiga.

El Camino llegando a Villacañas (Toledo).

    Tras seis horas de pedaleo, al fin diviso al fondo la localidad que marca el final de la etapa de hoy, Villacañas, antes de adentrarme en sus calles, hay que cruzar una pasarela que salva las vías del tren dejando atrás la trinchera del ferrocarril y acercándome al corazón del pueblo.

Pasarela sobre las vías del tren en Villacañas (Toledo).

    Lo primero que hago es dirigirme a la plaza del Ayuntamiento, centro vivo y ordenado que sirve de referencia. Desde allí busco la ubicación del hostal donde pasaré la noche, que, curiosamente, está justo por la calle por la que había pasado tras cruzar las vías del tren. Siento una mezcla de alivio y satisfacción: la etapa ha sido larga, pero cada kilómetro recorrido me deja recuerdos que guardo como tesoros del camino.

Plaza de España con el Ayuntamiento de Villacañas.

    El alojamiento es el Hostal Prickly, cercano al centro un lugar que da todos los servicios que uno puede necesitar después de una ruta como la de hoy, una buena ducha y un descanso necesario para continuar con nuestro camino.


Parroquia Ntra. Sra. de la Asunción, Villacañas (Toledo).

    Tras asearme y realizar un pequeño mantenimiento a la bicicleta, toca buscar un lugar donde reponer fuerzas, muy amablemente, el dueño del hostal me indica que a pocos metros, nada más salir por la puerta, se encuentra el restaurante Patxis, allí disfruto de un buen menú del día, casero y reconfortante, perfecto para recuperar energía después de la etapa.

    
Gambitas que sirvieron a la espera del menú.

        Después de comer vuelvo para el Hostal para tomar una siesta e ir preparando el vídeo de la ruta de hoy, más tarde cuando baja un poco más el sol, es el momento de buscar una tienda de ultramarinos o un supermercado para coger algo que me sirva para la cena y, de paso, para el desayuno de mañana, ya que a la hora a la que me levanto todavía “no han puesto las calles”, como se dice coloquialmente.

    Así que mañana nos vemos en otra aventura.

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