10 de Julio de 2025.
Etapa 7: Villacañas - Toledo.
| Vista general de Toledo. |
Salgo de Villacañas a las cuatro de la madrugada, cuando el pueblo aún duerme profundamente y la noche es dueña absoluta del camino, el aire con los es relativamente fresco de antes del amanecer y el silencio casi total, crean una atmósfera especial, solo mi bicicleta, la luz de la linterna y la intuición de cada pedalada sobre los caminos de tierra.
| Villacañas (Toledo), Plaza del Ayuntamiento. |
La ruta discurre en plena oscuridad, iluminada únicamente por el haz blanco de mi foco, que abre un túnel de claridad unos pocos metros por delante, menos mal que llevo un buen foco, sigo el trazado que me marca el GPS, no llego a adivinar lo que tengo a ambos lados del camino, la zona iluminada es firme y eso me da seguridad para ir avanzando con tranquilidad.
| La luna casi llena ilumina la noche entre Villacañas y Tembleque, (Toledo). |
En lo alto la luna llena ilumina y recorta el horizonte, enfrente y a lo lejos, hacia las cinco y veinte, distingo las primeras luces de Tembleque, un brillo tenue en el horizonte que parece flotar en mitad de la oscuridad, poco a poco las luces se van aproximando, antes de entrar en la población se pasa por un puente por encima de la circunvalación, este punto elevado me da una perpectiva distinta de la ciudad.
Entrando en Tembleque el silencio se apodera a estas horas de la madrugada, no hay un alma en las calles. El pueblo, cargado de símbolos y referencias a Don Quijote, permanece inmóvil, como si también estuviera esperando el amanecer.
| Entrando en el municipio Toledano de Tembleque. |
Sigo avanzando con la compañía fiel de la luna llena —o casi llena—, que tiñe de plateado los campos y las siluetas de los molinos. El paisaje, aunque oculto en sombras, se intuye inmenso y silencioso.
abandono la ciudad y dejo atrás la iluminación de las farolas y me quedo con la iluminación del foco de la bici y en lo alto la luna es dueña del cielo oscuro.
| En el camino de Tembleque a Villanueva de Bogas. |
A las seis de la mañana y despues de 34 kilómetros llego a Villanueva de Bogas, el cielo comienza tímidamente a aclarar del negro a un azul oscuro que poco a poco se irá aclarando.
Villanueva de Boga, al igual que la anterior población, sigue dormida entre el silencio de sus calles, a la salida me hago una foto en una pequeña rotonda donde destaca una escultura de hierro dedicada al Camino de Santiago, una figura sobria y metálica que parece saludar a los viajeros solitarios.
| La bicicleta y el monumento al Camino de Santiago en Villanueva de Bogas (Toledo). |
Dejo atrás Villanueva y el camino se vuelve un poco más estrecho y algo más irregular, parece que el camino presagia algo no muy bueno, toca pasar por un arroyo, o lo que parece que es ya que está lleno de juncos y cañas lo que dificulta ver el agua, el paso es por un maltrecho puente, parece que alguna vez ha sufrido los vaivenes del caudal, se trata del río Algodor.
| Pente o pasarela de hormigón sobre el Río Algodor. |
Es a la salida del puente cuando después de una zigzagueo el camino se estropea del todo y es cuando siento cómo las ruedas se hunden de golpe en el barro, un barro espeso y traicionero que atrapa la bici por completo. La sensación es inmediata: la bicicleta se frena, se clava, se quiere quedar ahí.
Instintivamente, meto toda la potencia del motor y pedaleo con decisión, casi a la desesperada, para ganar inercia y salir del barrizal antes de quedarme totalmente encallado. Por suerte, la rueda trasera tracciona, salpicando barro por todas partes, y consigo salir justo antes de que la situación se complique más.
En cuanto alcanzo terreno firme, paro para ver lo que se ha organizado, y lo que veo es… impresionante, la bicicleta no parece una bicicleta, sino una pelota de barro con manillar, las ruedas, el cuadro, la transmisión: todo envuelto en una capa gruesa, compacta, como si el barro hubiera querido atraparme y no dejarme escapar.
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| Quitando el barro con lo que tengo a mano. |
Empiezo a quitar el barro como puedo: primero con las manos, luego arrancando hierbajos del campo para usarlos de cepillo improvisado. La cadena, los platos, el cambio trasero, las ruedas… todo necesita atención. Paso un buen rato quitando barro sin parar, y aun así siempre queda más.
Cuando por fin pienso que he despejado lo suficiente, doy la primera pedalada… y la cadena se sale en cuanto avanza un cuarto de vuelta. Ni un metro he podido recorrer.
Suspiro, dejo la bici apoyada y vuelvo al ataque. Más limpieza, más barro escondido en rincones imposibles. Y otra vez. Una, dos… hasta tres veces tengo que repetir el proceso, cada vez descubriendo nuevos restos que parecían imposibles de ver antes.
Finalmente, tras insistir como si estuviera puliendo una reliquia y no una bicicleta enterrada en fango, la transmisión empieza a comportarse. La cadena ya no se sale. Los platos giran sin ruidos extraños. Las ruedas, al rodar cada vez más rápido, disparan trozos de barro en todas direcciones, mientras yo pedaleo con la esperanza de que el movimiento y el paso de los kilómetros terminen de limpiar lo que aún queda pegado.
| La peor parte, por fin, parece haber quedado atrás. |
Con el amanecer asomando y la bici de nuevo en marcha, avanzo con la sensación de haber librado una verdadera batalla contra la noche, el río y el barro. Al menos, todo parece haber vuelto a la normalidad. Me ha costado lo suyo, pero mejor perder tiempo ahora que lamentarlo más adelante; todavía quedaba mucho camino por recorrer.
El sol empieza a levantarse tímidamente sobre el horizonte, a medida que la luz crece, el paisaje revela su verdadera forma.
Cuando llevo recorridos unos diez kilómetros desde aquel barrizal, y cuando todo parece haberse normalizado, en unas curvas tengo que pasar un pequeño arroyo, se trata del arroyo del Prado Redondo, su caudal es escaso pero lo suficiente para que forme unos charcos y que su agua se vaya renovando, así que aprovecho para darle un baño a la bici.
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| Por suerte otro arroyo llevaba agua para la limpieza. |
Me detengo allí mismo. Aprovecho el agua para limpiar a fondo toda la bicicleta: ruedas, transmisión, platos, cambio… todo. Es una limpieza completa, casi quirúrgica, después de la paliza de barro. Una vez libre de suciedad, engraso la cadena y reviso que todo vuelva a funcionar como debe. La bici queda irreconocible si la comparo con aquella bola de barro que salió del Algodor.
Para que la humedad se vaya evaporando, sigo un tramo caminando a pie, dejando que la bici se seque con el aire del amanecer. Camino entre los primeros rayos de sol, que ya iluminan el campo con un tono cálido y dorado.
| Ruinas de la ermita de San Marcos de Yegros. |
El camino, flanqueado por olivos, almendros y viñedos, vuelve a ser ese terreno amable y firme que invita a rodar, poco después paso junto a las ruinas de la ermita de San Marcos de Yegros, levantada en el siglo XIII, y que en su día ofrecía cobijo a los peregrinos del Camino De Santiago, parece que la peor parte, por fin, parece haber quedado atrás.
| Una vez superado los imprevistos todo vuelve a la normalidad. |
Con la bici recién lavada y engrasada, vuelve a estar operativa y como nueva. Prosigo la ruta hasta la siguiente población: Almonacid de Toledo, un municipio de la provincia de Toledo cuyo gran icono es su castillo medieval, visible desde varios kilómetros a la redonda, pues —como ocurre con tantos castillos— se alza en lo alto de una colina.
Son las 8 y media de la mañana y entro a la plaza lo primero que me encuentro es una fuente donde puedo refrescarme, la fuente es muy generosa, sale mucha agua, un paisano del pueblo me comenta que este año es bueno de agua, y que la fuente recoge todo el agua de la colina del castillo por eso es tan generosa con el agua.
| Monumento a los trabajadores del Esparto y Ayuntamiento de Almonacid de Toledo. |
| La Aguadora de la fuente, Almonacid de Toledo. |
Relleno el bidón de agua y prosigo la ruta, quedan 20 kilómetros hasta Toledo, y aunque es temprano ya empieza a castigar el sol, esta vez el camino esta embreado, y en algún tramo a los lados unas filas de árboles, que hacen que falseen la temperatura real, que va subiendo por momentos.
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| Ermita de la Virgen de la Oliva, entre Almonacid y Burguillos de Toledo. |
Tras un tiempo, el asfalto desaparece y continúo mi recorrido por un camino de tierra en buen estado, paso cerca de la imponente ermita de la Virgen de la Oliva, un templo de tres naves que cuenta con una capilla y dos sacristías.
Dejando atrás la ermita, transito rodeado de extensos campos de olivos, el camino por el que estoy coincide con la Ruta de Don Quijote por lo que me encuentro a mi paso con la señalización y alguna área de descanso de dicha ruta.
| Los campos de cereal, teñidos de amarillo en esta época del año. |
Restan 13 kilómetros para Toledo, son las 9 y media de la mañana, esto de madrugar tiene su recompensa, podemos decir que tenemos todo el día por delante, aparecen las primeras casas de la siguiente población, se trata de Burguillos de Toledo municipio situado en las estribaciones de los Montes de Toledo, de que destaca su extensos grupos de casas unifamiliares, lo que le da al casco urbano una amplia extensión.
| Plaza de Burguillos de Toledo. |
Dejo atrás Burguillos de Toledo a su salida paso por un pequeño parque regado por el paso del arroyo de la Rosa, en la que se encuentran unos patos en su orilla, por eso se llama el parque de los patos, y sin darme cuenta y a tan solo a escasos 3 kilómetros de camino de asfalto rodeado de campos de cultivo paso por la siguiente localidad, se trata de Cobisa.
| El parque de Los patos a la salida de Burguillos de Toledo. |
La siguiente localidad, Cobisa es una localidad situada a unos 7 km al sur de la ciudad de Toledo, en los Montes de Toledo, es un municipio residencial que ha crecido en las últimas décadas gracias a su cercanía a la capital.
| Iglesia de Santiago y Don Quijote en Cobisa,(Toledo). |
Saliendo de Cobisa vuelvo a estar rodeado de olivares, el camino es en continuo descenso, así que es rápido, el camino sale a una carretera serpenteante antes de llegar al mirador donde se divisa toda la ciudad de Toledo.
| Primera Vista de Toledo desde la carretera de los miradores. |
Son las diez y diez de la mañana, una hora perfecta para evitar el calor de julio en estas latitudes. La etapa aún no ha terminado: me queda entrar en la ciudad propiamente dicha y dirigirme al alojamiento, situado en pleno centro, muy cerca de la plaza de Zocodover.
Debo descender un poco más para alcanzar el mirador al que suelen llegar los autocares cargados de turistas que desean contemplar Toledo. Este lugar me trae buenos recuerdos; hace años estuvimos aquí toda la familia. Quién me iba a decir que volvería, y además, ¡en bicicleta!
| Mirador de Toledo con los turistas en primer plano. |
Tras otro momento de pausa y relax, retomo el camino y continúo descendiendo hasta cruzar el río Tajo por el puente Nuevo de Alcántara. Desde allí, surge una nueva vista que merece detenerse: el antiguo puente medieval de Alcántara, hoy habilitado para el paso peatonal, que se mantiene orgulloso como testigo de siglos de historia.
Al volver a ascender por el casco antiguo de Toledo, me encuentro con la escultura de Federico Martín Bahamontes, el mítico Águila de Toledo. Su figura, inmortalizada en bronce, recuerda que fue el primer español en ganar el Tour de Francia.
| Escultura de Federico Martín Bahamontes, el mítico Águila de Toledo. |
Llego a la plaza de Zocodover, no sin complicaciones, ya que al final me metí en un ascensor que subía hacia el interior del casco antiguo, asi que sobre la Diez y media estaba haciendo el check-in en el hotel, se trata del Hostal Centro, como he puesto antes está justo en el centro, al lado del ayuntamiento y de todo el movimiento del centro de Toledo.
| Plaza del Zocodover, Toledo. |
| De Paseo por Toledo. |
Toledo, conocida como la Ciudad de las Tres Culturas, es un lugar donde la convivencia histórica entre cristianos, judíos y musulmanes se percibe en cada rincón. Sus puertas, murallas, templos y calles estrechas conservan un ambiente medieval único, realzado por su ubicación estratégica sobre un cerro rodeado por el río Tajo, que ofrece vistas espectaculares desde puntos como el Mirador del Valle. Pasear por su casco histórico es casi una máquina del tiempo: un entramado de cuestas y callejuelas que conserva el carácter del pasado en cada paso.
| Calle con la catedral de Toledo al fondo. |
Entre sus joyas arquitectónicas destacan la imponente Catedral Primada, una obra maestra del gótico repleta de detalles, y el Alcázar, ese inconfundible edificio cuadrado que corona la ciudad y hoy alberga el Museo del Ejército. La Judería añade aún más encanto, con sinagogas tan emblemáticas como Santa María la Blanca o El Tránsito, y la presencia del arte de El Greco se deja sentir especialmente en la iglesia de Santo Tomé. Para rematar la visita, la gastronomía toledana invita a disfrutar de platos tradicionales como las carcamusas, la caza estofada y el inconfundible mazapán artesano.
| Santa Iglesia Catedral Primada de Santa María, Toledo. |
Mi recuerdo más vivo de Toledo siempre fueron sus empinadas calles, así que esta vez fui cauto a la hora de dar una vuelta por esta impresionante ciudad. Tras deambular toda la mañana por los lares de Castilla-La Mancha, lo primero era buscar un buen lugar para comer. Al final terminé en un sitio que me habían recomendado en el hostal: el "Asador restaurante La Parrilla" un lugar perfecto para saciar el hambre después del paseo. Platos castellanos abundantes, bien servidos, y con la suerte añadida de caerle en gracia al camarero, algo que se notó en la generosidad de las raciones.
| Un buen segundo plato. |
La etapa entre Villacañas y Toledo fue una jornada intensa y plena de contrastes, marcada por la magia de pedalear de madrugada bajo la luz de la luna y por la dureza de un inesperado barrizal que puso a prueba tanto la bicicleta como la paciencia. Tras librar aquella batalla con el barro y aprovechar los arroyos para devolver la bici a la vida, el amanecer regaló un paisaje renovado, sereno y luminoso. Los pueblos silenciosos, las ruinas antiguas, los campos infinitos y la silueta del castillo de Almonacid acompañaron un avance que se fue suavizando hasta llegar, ya con el sol alzándose, a los miradores desde los que Toledo se presenta majestuosa. Entrar en la ciudad y alcanzar el alojamiento supuso un merecido cierre para una etapa que combinó esfuerzo, aventura y emoción.
| Mi Bicicleta con la vista de Toledo. |
Ya en Toledo, el día se transformó en un recorrido más relajado entre cuestas históricas, monumentos imponentes y la buena mesa castellana. El almuerzo abundante en el asador recomendado, el paseo por las callejuelas medievales y el descanso en una cervecería fresca permitieron recuperar fuerzas y disfrutar plenamente del ambiente de la Ciudad de las Tres Culturas. Con la bici a punto y el cuerpo recuperado, la jornada termina con la satisfacción del camino recorrido y la ilusión por lo que vendrá mañana, confiando en que la ruta continúe con la misma intensidad y belleza, pero con menos barro y más horizontes abiertos.
| Mi habitación con mi compañera durante esta travesía. |



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