Etapa 7: Villacañas - Toledo.

   10 de Julio de 2025.

Etapa 7: Villacañas - Toledo.

Distancia: 85 km.
Desnivel acumulado: 129 m.
Hora de Salida: 7:00 h.
Hora de Llegada: 13:30 h.
Tiempo empleado: 6 horas 35 minutos, (tiempo en Wikiloc).




Vista general de Toledo.

    Salgo de Villacañas a las cuatro de la madrugada, cuando el pueblo aún duerme profundamente y la noche es dueña absoluta del camino, el aire con los es relativamente fresco de antes del amanecer y el silencio casi total, crean una atmósfera especial, solo mi bicicleta, la luz de la linterna y la intuición de cada pedalada sobre los caminos de tierra.

Villacañas (Toledo), Plaza del Ayuntamiento.

    La ruta discurre en plena oscuridad, iluminada únicamente por el haz blanco de mi foco, que abre un túnel de claridad unos pocos metros por delante, menos mal que llevo un buen foco, sigo el trazado que me marca el GPS, no llego a adivinar lo que tengo a ambos lados del camino, la zona iluminada es firme y eso me da seguridad para ir avanzando con tranquilidad.

La luna casi llena ilumina la noche entre Villacañas y Tembleque, (Toledo).

    En lo alto la luna llena ilumina y recorta el horizonte, enfrente y a lo lejos, hacia las cinco y veinte, distingo las primeras luces de Tembleque, un brillo tenue en el horizonte que parece flotar en mitad de la oscuridad, poco a poco las luces se van aproximando, antes de entrar en la población se pasa por un puente por encima de la circunvalación, este punto elevado me da una perpectiva distinta de la ciudad. 

    Entrando en Tembleque el silencio se apodera a estas horas de la madrugada, no hay un alma en las calles. El pueblo, cargado de símbolos y referencias a Don Quijote, permanece inmóvil, como si también estuviera esperando el amanecer.

Entrando en el municipio Toledano de Tembleque.


    Sigo avanzando con la compañía fiel de la luna llena —o casi llena—, que tiñe de plateado los campos y las siluetas de los molinos. El paisaje, aunque oculto en sombras, se intuye inmenso y silencioso.

    abandono la ciudad y dejo atrás la iluminación de las farolas y me quedo con la iluminación del foco de la bici y en lo alto la luna es dueña del cielo oscuro.

En el camino de Tembleque a Villanueva de Bogas.

    A las seis de la mañana y despues de 34 kilómetros llego a Villanueva de Bogas, el cielo comienza tímidamente a aclarar del negro a un azul oscuro que poco a poco se irá aclarando.

    Villanueva de Boga, al igual que la anterior población, sigue dormida entre el silencio de sus calles, a la salida me hago una foto en una pequeña rotonda donde destaca una escultura de hierro dedicada al Camino de Santiago, una figura sobria y metálica que parece saludar a los viajeros solitarios.

La bicicleta y el monumento al Camino de Santiago en Villanueva de Bogas (Toledo).

    Dejo atrás Villanueva y el camino se vuelve un poco más estrecho y algo más irregular, parece que el camino presagia algo no muy bueno, toca pasar por un arroyo, o lo que parece que es ya que está lleno de juncos y cañas lo que dificulta ver el agua, el paso es por un maltrecho puente, parece que alguna vez ha sufrido los vaivenes del caudal, se trata del río Algodor.

    

Pente o pasarela de hormigón sobre el Río Algodor.

    Es a la salida del puente cuando después de una zigzagueo el camino se estropea del todo y es cuando siento cómo las ruedas se hunden de golpe en el barro, un barro espeso y traicionero que atrapa la bici por completo. La sensación es inmediata: la bicicleta se frena, se clava, se quiere quedar ahí.

    Instintivamente, meto toda la potencia del motor y pedaleo con decisión, casi a la desesperada, para ganar inercia y salir del barrizal antes de quedarme totalmente encallado. Por suerte, la rueda trasera tracciona, salpicando barro por todas partes, y consigo salir justo antes de que la situación se complique más.

    En cuanto alcanzo terreno firme, paro para ver lo que se ha organizado, y lo que veo es… impresionante, la bicicleta no parece una bicicleta, sino una pelota de barro con manillar, las ruedas, el cuadro, la transmisión: todo envuelto en una capa gruesa, compacta, como si el barro hubiera querido atraparme y no dejarme escapar.

Quitando el barro con lo que tengo a mano.

    Empiezo a quitar el barro como puedo: primero con las manos, luego arrancando hierbajos del campo para usarlos de cepillo improvisado. La cadena, los platos, el cambio trasero, las ruedas… todo necesita atención. Paso un buen rato quitando barro sin parar, y aun así siempre queda más.

    Cuando por fin pienso que he despejado lo suficiente, doy la primera pedalada… y la cadena se sale en cuanto avanza un cuarto de vuelta. Ni un metro he podido recorrer.

    Suspiro, dejo la bici apoyada y vuelvo al ataque. Más limpieza, más barro escondido en rincones imposibles. Y otra vez. Una, dos… hasta tres veces tengo que repetir el proceso, cada vez descubriendo nuevos restos que parecían imposibles de ver antes.

    Finalmente, tras insistir como si estuviera puliendo una reliquia y no una bicicleta enterrada en fango, la transmisión empieza a comportarse. La cadena ya no se sale. Los platos giran sin ruidos extraños. Las ruedas, al rodar cada vez más rápido, disparan trozos de barro en todas direcciones, mientras yo pedaleo con la esperanza de que el movimiento y el paso de los kilómetros terminen de limpiar lo que aún queda pegado.

La peor parte, por fin, parece haber quedado atrás.

    Con el amanecer asomando y la bici de nuevo en marcha, avanzo con la sensación de haber librado una verdadera batalla contra la noche, el río y el barro. Al menos, todo parece haber vuelto a la normalidad. Me ha costado lo suyo, pero mejor perder tiempo ahora que lamentarlo más adelante; todavía quedaba mucho camino por recorrer.

    El sol empieza a levantarse tímidamente sobre el horizonte, a medida que la luz crece, el paisaje revela su verdadera forma. 

    Cuando llevo recorridos unos diez kilómetros desde aquel barrizal, y cuando todo parece haberse normalizado, en unas curvas tengo que pasar un pequeño arroyo, se trata del arroyo del Prado Redondo, su caudal es escaso pero lo suficiente para que forme unos charcos y que su agua se vaya renovando, así que aprovecho para darle un baño a la bici.

Por suerte otro arroyo llevaba agua para la limpieza.

    Me detengo allí mismo. Aprovecho el agua para limpiar a fondo toda la bicicleta: ruedas, transmisión, platos, cambio… todo. Es una limpieza completa, casi quirúrgica, después de la paliza de barro. Una vez libre de suciedad, engraso la cadena y reviso que todo vuelva a funcionar como debe. La bici queda irreconocible si la comparo con aquella bola de barro que salió del Algodor.

Para que la humedad se vaya evaporando, sigo un tramo caminando a pie, dejando que la bici se seque con el aire del amanecer. Camino entre los primeros rayos de sol, que ya iluminan el campo con un tono cálido y dorado.

Ruinas de la ermita de San Marcos de Yegros.

    El camino, flanqueado por olivos, almendros y viñedos, vuelve a ser ese terreno amable y firme que invita a rodar, poco después paso junto a las ruinas de la ermita de San Marcos de Yegros, levantada en el siglo XIII, y que en su día ofrecía cobijo a los peregrinos del Camino De Santiago, parece que la peor parte, por fin, parece haber quedado atrás.

Una vez superado los imprevistos todo vuelve a la normalidad.

  Con la bici recién lavada y engrasada, vuelve a estar operativa y como nueva. Prosigo la ruta hasta la siguiente población: Almonacid de Toledo, un municipio de la provincia de Toledo cuyo gran icono es su castillo medieval, visible desde varios kilómetros a la redonda, pues —como ocurre con tantos castillos— se alza en lo alto de una colina.

Son las 8 y media de la mañana y entro a la plaza lo primero que me encuentro es una fuente donde puedo refrescarme, la fuente es muy generosa, sale mucha agua, un paisano del pueblo me comenta que este año es bueno de agua, y que la fuente recoge todo el agua de la colina del castillo por eso es tan generosa con el agua.

Monumento a los trabajadores del Esparto y Ayuntamiento de Almonacid de Toledo.

La Aguadora de la fuente, Almonacid de Toledo.

    Relleno el bidón de agua y prosigo la ruta, quedan 20 kilómetros hasta Toledo, y aunque es temprano ya empieza a castigar el sol, esta vez el camino esta embreado, y en algún tramo a los lados unas filas de árboles, que hacen que falseen la temperatura real, que va subiendo por momentos.

Ermita de la Virgen de la Oliva, entre Almonacid y Burguillos de Toledo.

    Tras un tiempo, el asfalto desaparece y continúo mi recorrido por un camino de tierra en buen estado, paso cerca de la imponente ermita de la Virgen de la Oliva, un templo de tres naves que cuenta con una capilla y dos sacristías. 

    Dejando atrás la ermita, transito rodeado de extensos campos de olivos, el camino por el que estoy coincide con la Ruta de Don Quijote por lo que me encuentro a mi paso con la señalización y alguna área de descanso de dicha ruta.

Los campos de cereal, teñidos de amarillo en esta época del año.

    Restan 13 kilómetros para Toledo, son las 9 y media de la mañana, esto de madrugar tiene su recompensa, podemos decir que tenemos todo el día por delante, aparecen las primeras casas de la siguiente población, se trata de Burguillos de Toledo municipio situado en las estribaciones de los Montes de Toledo, de que destaca su extensos grupos de casas unifamiliares, lo que le da al casco urbano una amplia extensión.

Plaza de Burguillos de Toledo.

    Dejo atrás Burguillos de Toledo a su salida paso por un pequeño parque regado por el paso del arroyo de la Rosa, en la que se encuentran unos patos en su orilla, por eso se llama el parque de los patos, y sin darme cuenta y a tan solo a escasos 3 kilómetros de camino de asfalto rodeado de campos de cultivo paso por la siguiente localidad, se trata de Cobisa.

El parque de Los patos a la salida de Burguillos de Toledo. 

    La siguiente localidad, Cobisa es una localidad situada a unos 7 km al sur de la ciudad de Toledo, en los Montes de Toledo, es un municipio residencial que ha crecido en las últimas décadas gracias a su cercanía a la capital.

Iglesia de Santiago y Don Quijote en Cobisa,(Toledo).

    Saliendo de Cobisa vuelvo a estar rodeado de olivares, el camino es en continuo descenso, así que es rápido, el camino sale a una carretera serpenteante antes de llegar al mirador donde se divisa toda la ciudad de Toledo.

Primera Vista de Toledo desde la carretera de los miradores.

    Son las diez y diez de la mañana, una hora perfecta para evitar el calor de julio en estas latitudes. La etapa aún no ha terminado: me queda entrar en la ciudad propiamente dicha y dirigirme al alojamiento, situado en pleno centro, muy cerca de la plaza de Zocodover.

    Debo descender un poco más para alcanzar el mirador al que suelen llegar los autocares cargados de turistas que desean contemplar Toledo. Este lugar me trae buenos recuerdos; hace años estuvimos aquí toda la familia. Quién me iba a decir que volvería, y además, ¡en bicicleta!

Mirador de Toledo con los turistas en primer plano.

    Tras otro momento de pausa y relax, retomo el camino y continúo descendiendo hasta cruzar el río Tajo por el puente Nuevo de Alcántara. Desde allí, surge una nueva vista que merece detenerse: el antiguo puente medieval de Alcántara, hoy habilitado para el paso peatonal, que se mantiene orgulloso como testigo de siglos de historia.

    Al volver a ascender por el casco antiguo de Toledo, me encuentro con la escultura de Federico Martín Bahamontes, el mítico Águila de Toledo. Su figura, inmortalizada en bronce, recuerda que fue el primer español en ganar el Tour de Francia.

Escultura de Federico Martín Bahamontes, el mítico Águila de Toledo.

    Llego a la plaza de  Zocodover, no sin complicaciones, ya que al final me metí en un ascensor que subía hacia el interior del casco antiguo, asi que sobre la Diez y media estaba haciendo el check-in en el hotel, se trata del Hostal Centro, como he puesto antes está justo en el centro, al lado del ayuntamiento y de todo el movimiento del centro de Toledo.

Plaza del Zocodover, Toledo.

    Tuve suerte de que me hicieran el checking tan pronto, por lo que subí a la habitación con todos los trastos, incluso con la bicicleta, por lo que me asee e hice el mantenimiento por encima a la bici, como limpieza de barras y limpieza y engrase de la cadena, además estaba limpia después de la odisea por la que pase esta mañana temprano.

    
De Paseo por Toledo.

    Toledo, conocida como la Ciudad de las Tres Culturas, es un lugar donde la convivencia histórica entre cristianos, judíos y musulmanes se percibe en cada rincón. Sus puertas, murallas, templos y calles estrechas conservan un ambiente medieval único, realzado por su ubicación estratégica sobre un cerro rodeado por el río Tajo, que ofrece vistas espectaculares desde puntos como el Mirador del Valle. Pasear por su casco histórico es casi una máquina del tiempo: un entramado de cuestas y callejuelas que conserva el carácter del pasado en cada paso.

Calle con la catedral de Toledo al fondo.

    Entre sus joyas arquitectónicas destacan la imponente Catedral Primada, una obra maestra del gótico repleta de detalles, y el Alcázar, ese inconfundible edificio cuadrado que corona la ciudad y hoy alberga el Museo del Ejército. La Judería añade aún más encanto, con sinagogas tan emblemáticas como Santa María la Blanca o El Tránsito, y la presencia del arte de El Greco se deja sentir especialmente en la iglesia de Santo Tomé. Para rematar la visita, la gastronomía toledana invita a disfrutar de platos tradicionales como las carcamusas, la caza estofada y el inconfundible mazapán artesano.


Santa Iglesia Catedral Primada de Santa María, Toledo.

    Mi recuerdo más vivo de Toledo siempre fueron sus empinadas calles, así que esta vez fui cauto a la hora de dar una vuelta por esta impresionante ciudad. Tras deambular toda la mañana por los lares de Castilla-La Mancha, lo primero era buscar un buen lugar para comer. Al final terminé en un sitio que me habían recomendado en el hostal: el "Asador restaurante La Parrillaun lugar perfecto para saciar el hambre después del paseo. Platos castellanos abundantes, bien servidos, y con la suerte añadida de caerle en gracia al camarero, algo que se notó en la generosidad de las raciones.

Un buen segundo plato.

    Por la tarde continué el paseo por las calles enrevesadas del casco histórico, intentando resguardarme del calor que pegaba de justicia. Para descansar un poco y estar a gusto, busqué un sitio con aire acondicionado y acabé en una cervecería tranquila. Allí, acompañado de una buena cerveza y de mis apuntes de la etapa del día, cerré la jornada disfrutando del ambiente toledano y de un merecido respiro.

Ayuntamiento de Toledo.


    La etapa entre Villacañas y Toledo fue una jornada intensa y plena de contrastes, marcada por la magia de pedalear de madrugada bajo la luz de la luna y por la dureza de un inesperado barrizal que puso a prueba tanto la bicicleta como la paciencia. Tras librar aquella batalla con el barro y aprovechar los arroyos para devolver la bici a la vida, el amanecer regaló un paisaje renovado, sereno y luminoso. Los pueblos silenciosos, las ruinas antiguas, los campos infinitos y la silueta del castillo de Almonacid acompañaron un avance que se fue suavizando hasta llegar, ya con el sol alzándose, a los miradores desde los que Toledo se presenta majestuosa. Entrar en la ciudad y alcanzar el alojamiento supuso un merecido cierre para una etapa que combinó esfuerzo, aventura y emoción.

Mi Bicicleta con la vista de Toledo.

    Ya en Toledo, el día se transformó en un recorrido más relajado entre cuestas históricas, monumentos imponentes y la buena mesa castellana. El almuerzo abundante en el asador recomendado, el paseo por las callejuelas medievales y el descanso en una cervecería fresca permitieron recuperar fuerzas y disfrutar plenamente del ambiente de la Ciudad de las Tres Culturas. Con la bici a punto y el cuerpo recuperado, la jornada termina con la satisfacción del camino recorrido y la ilusión por lo que vendrá mañana, confiando en que la ruta continúe con la misma intensidad y belleza, pero con menos barro y más horizontes abiertos.

Mi habitación con mi compañera durante esta travesía.


Etapa 6: El Provencio - Villacañas (Toledo).

  9 de Julio de 2025.

Etapa 6: El Provencio - Villacañas.

Distancia: 85 km.
Desnivel acumulado: 129 m.
Hora de Salida: 7:00 h.
Hora de Llegada: 13:30 h.
Tiempo empleado: 6 horas 35 minutos, (tiempo en Wikiloc).



Laguna de Manjavacas, (Cuenca).


    Hay viajes que se planean y otros que simplemente se sienten. En pleno mes de julio, con el calor apretando y las alforjas cargadas, me lancé a recorrer los caminos de tierra de Castilla-La Mancha.

     Buscaba el silencio, los pueblos tranquilos y la inmensidad de una llanura que parece no tener fin. Lo encontré todo… y más.

    Son las cinco de la mañana. Todo está preparado: las alforjas recogidas, el equipaje justo y el cuerpo aún medio dormido, solo me queda desayunar las cuatro cosas que compré ayer en el supermercado.

Las 5:30 de la madrugada al pie del Hostal.

    En el hostal no se oye un alma, con sigilo, voy sacando una a una las cosas hasta la puerta de salida, primero las alforjas, luego la bicicleta y antes de cerrar, le doy un último repaso a la habitación, por si quedara algo olvidado, me calzo las zapatillas de la bici, hasta ahora había evitado ponérmelas para no despertar a nadie con el ruido de las calas, y me dirijo hacia la puerta que el dueño me indicó para salir.

    Pero al intentar abrir… horror. ¿Qué pasa aquí? La llave no gira, pero si es la que me dio el dueño, estoy seguro, pero no abre,  pruebo una y otra vez y nada, por un momento me temo que voy a tener que esperar encerrado hasta que alguien venga a abrir el Hostal.

    Entonces miro hacia un lado y veo otra puerta y me acerco, pruebo la llave… y eureka, esta sí, al girarla, un suspiro de alivio me recorre el cuerpo. No estoy encerrado, el día puede empezar, y con él, la ruta.


Iglesia Ntra. Sra. de la Asunción en El Provencio

   Es noche cerrada, doy una última vuelta por Villacañas antes de poner rumbo al oeste, dispuesto a seguir el camino marcado del Sureste, avanzo por los caminos de tierra, iluminados únicamente por el foco de mi bicicleta, más allá de unos pocos metros todo es oscuridad, por la mañana el aire es fresco todavía y solo se oye el rodar suave de las ruedas sobre el polvo.  

  

A Cuatro kilómetros de El Provencio, Noche cerrada.

    Durante un buen tramo pedaleo rodeado de pinares, sombras quietas en la oscuridad que me acompañan en silencio. Poco a poco, el horizonte empieza a aclararse, y con las primeras luces del amanecer aparecen los campos dorados de cereal.

    El paisaje cambia de color y los tonos amarillentos se funden con la luz anaranjada del alba, y el campo va despertando conmigo, se oye algún tractor en la lejanía para hacer labores en los campos antes de que el sol de esta temporada sea más fuerte. A lo largo del camino aparecen algunos cortijos solitarios, uno de ellos, flanqueado por grandes ánforas, leo su nombre, Casa del Cristo.

Los colores del Alba inundan el camino.

    Tras dejar atrás la Casa del Cristo, los caminos se abren hacia un paisaje de llanuras doradas, donde los campos de cereal parecen fundirse con el horizonte. Cada pedalada resuena sobre la tierra seca y polvorienta, mientras el calor de la mañana comienza a intensificarse, el aire huele a tierra recién labrada, a trigo y a sol.

    Poco a poco, los campos se van salpicando de cortijos dispersos, vestigios de una vida agrícola que resiste el paso del tiempo. Entre ellos, aparece la localidad Las Mesas, un municipio conquense que mantiene viva la tradición de la vid. Sus calles tranquilas y su aire sereno me recuerdan que aquí la vida aún gira al ritmo del campo. Los viñedos se extienden alrededor, y en cada detalle se percibe la paciencia y el cuidado de quienes trabajan la tierra.

Localidad conquense de Las Mesas.

 Saliendo de la localidad de Las Mesas, continuo por caminos de tierra, coinciendo con el Camino Natural de los Humedales de la Mancha, un conjunto de lagunas salinas y estepas en el centro de La Mancha (Cuenca, Toledo, Ciudad Real) de gran valor ecológico, y que se caracterizan por ser humedales de régimen estacional, que albergan especies de flora y fauna únicas, incluyendo aves migratorias.

Campos de cereal y amplios viñedos saliendo de Las Mesas.
    

    Sigo la ruta y, tras otro tramo de caminos polvorientos y bien señalizados bien rodeado de extensos viñedos, llego a la Laguna de Manjavacas, un refugio inesperado en medio de la llanura. Sus aguas reflejan el cielo de la mañana, y el vuelo de las aves acuáticas acompaña mis pensamientos mientras hago una pausa. La luz del sol sobre el humedal revela la riqueza de su biodiversidad, y siento cómo la naturaleza ofrece un respiro al viajero cansado.

La laguna de Manjavacas y extenso viñedo.

   A los pies del camino hay un observatorio, una pequeña caseta desde la que se pueden contemplar las aves que habitan la zona. Dedico allí un buen rato; cuesta creer que, en un rincón de La Mancha que podría ser puro secano, exista este humedal y su laguna, auténtico refugio para las aves migratorias..

Vista desde el observatorio de aves de la Laguna de Manjavacas.

    A pocos minutos de la laguna, y tras avanzar por un camino de madera habilitado entre los cañizos, me dirijo hacia la Ermita de Manjavacas, allí me espera otro observatorio, esta vez una torre de madera que invita a subir, y cómo no, allá voy, desde arriba, un horizonte verde se abre a mis pies: a lo lejos, las lagunas del humedal; y, más allá del terreno salvaje que las rodea, se extienden los viñedos, destacando con su intenso color verde.

La torre observatorio del humedal.

    

Vista de los humedales, esta vez desde la torre.

    Uno pierde la noción del tiempo frente a estos paisajes, pero la ruta es larga y toca continuar, así que desciendo del mirador y cogiendo de nuevo la bici empiezo a pedalear y a los pocos metros, un desvío señala la dirección de la ermita de Manjavacas, un pequeño templo que está en lo alto de un montículo en medio de un pinar.




Ermita de Manjavacas, Mota del Cuervo (Cuenca).

    Su construcción, que data del siglo XVII, se levantó en un cruce de caminos de un entorno que antaño estuvo despoblado, como un guardián silencioso del campo manchego, sus muros encalados, la sencillez de sus arcos y de su arquitectura transmiten calma y recogimiento, me detengo unos instantes observando la ermita, punto de encuentro para las localidades de alrededor, mientras el sol ilumina la fachada y los campos que la rodean, creando un juego de luces y sombras que parece suspendido en el tiempo.

    Con la energía renovada, preparo la bicicleta y las alforjas, sabiendo que aún quedan kilómetros por recorrer. La Mancha se extiende ante mí, cálida y silenciosa, con caminos de tierra que invitan a descubrir cada recodo, cada cortijo, cada historia escondida entre los campos dorados. El viaje sigue, y con él, la sensación de libertad que solo ofrece la bicicleta en tierras tan abiertas y profundas.

Campos de viñedos, al fondo se divisa El Toboso (Toledo).

    Con la Ermita de Manjavacas atrás, retomo el camino, los campos verdes y dorados se suceden hasta donde alcanza la vista, salpicados de cortijos y cercados antiguos que parecen guardar historias olvidadas, el aire sopla cálido, moviendo las espigas y acompañando el constante girar de mis ruedas, cada pedalada es un diálogo con la tierra, con su silencio y su ritmo pausado.

Dulcinea y Don Quijote, figuras emblemáticas de El Toboso.

    Poco a poco, los campos de cereal se mezclan con viñedos, y al acercarme a El Toboso, el aire parece impregnarse de literatura, este municipio toledano es famoso por su vínculo con Don Quijote de la Mancha y la figura de Dulcinea, sus calles encaladas, tranquilas y solitarias en esta hora temprana, me invitan a detenerme. La Casa de Dulcinea y la iglesia parroquial son testigos del paso del tiempo, y al recorrerlas siento cómo la historia se mezcla con el presente. Los viñedos y los campos de cereal que rodean el pueblo completan un paisaje que parece sacado de las páginas de Cervantes.

Mojón del Camino de Santiago, junto a la Iglesia de San Antonio Abad, El Toboso.

    Saliendo de El Toboso el camino vuelve a adentrarse en la vasta llanura manchega hasta llegar a La Puebla de Almoradiel, entre ambos puntos hay unos 9 kilómetros en los que la ruta transcurre entre viñedos y olivos, y un nuevo protagonista aparece en el paisaje, los campos de pistachos, que yo personalmente no había visto hasta ahora.


Pistachero, es el nombre común más utilizado para referirse al árbol.

    Saliendo de La Puebla de Almoradiel, el camino se dirige hacia La Villa de Don Fadrique, mientras uno pedalea entre viñedos, olivares y campos de pistachos. La llanura manchega se extiende a ambos lados, y cada giro del pedal ofrece nuevas vistas de la agricultura local.

Campos entre La Puebla de Almoradiel y La Villa de Don Fabrique.

    La Villa de Don Fadrique, fundada en 1343 por el Infante Don Fadrique y ss casas solariegas y antiguas iglesias muestran la riqueza de la arquitectura popular manchega, mientras los restos de destilerías y viñedos recuerdan la tradición vinícola del lugar, la villa, con sus calles tranquilas y su ambiente sereno, ofrece un equilibrio perfecto entre patrimonio, naturaleza y la autenticidad de la vida rural. 

    Llevo ya 45 kilómetros a mis espaldas y la etapa de hoy se acerca a su fin, son cerca de las 11 de la mañana y el calor empieza a hacerse fuerte, así que decido hacer una parada para reponer fuerzas, para lo cual tengo que desviarme de mi camino y dirigirme hacia la carretera CM-410a, que atraviesa esta localidad, y allí encuentro un bar dónde me siento a disfrutar de un buen bocadillo de tortilla de patata, mientras tanto, entablo conversación con un lugareño y  resulta que conoce Logroño a la perfección, porque hizo el servicio militar en mi tierra natal.

A la mujer vendimiadora y al fondo La ermita de Nuestra Señora del Egido.

   Quedan apenas 6 kilómetros hasta Villacañas y el calor comienza a hacerse sentir con fuerza, es casi mediodía, madrugar ha sido una sabia decisión, así evito avanzar cuando el sol aprieta con toda su intensidad en pleno mes de julio en esta llanura manchega, cada pedalada temprana se convierte en un pequeño triunfo sobre el calor y la fatiga.

El Camino llegando a Villacañas (Toledo).

    Tras seis horas de pedaleo, al fin diviso al fondo la localidad que marca el final de la etapa de hoy, Villacañas, antes de adentrarme en sus calles, hay que cruzar una pasarela que salva las vías del tren dejando atrás la trinchera del ferrocarril y acercándome al corazón del pueblo.

Pasarela sobre las vías del tren en Villacañas (Toledo).

    Lo primero que hago es dirigirme a la plaza del Ayuntamiento, centro vivo y ordenado que sirve de referencia. Desde allí busco la ubicación del hostal donde pasaré la noche, que, curiosamente, está justo por la calle por la que había pasado tras cruzar las vías del tren. Siento una mezcla de alivio y satisfacción: la etapa ha sido larga, pero cada kilómetro recorrido me deja recuerdos que guardo como tesoros del camino.

Plaza de España con el Ayuntamiento de Villacañas.

    El alojamiento es el Hostal Prickly, cercano al centro un lugar que da todos los servicios que uno puede necesitar después de una ruta como la de hoy, una buena ducha y un descanso necesario para continuar con nuestro camino.


Parroquia Ntra. Sra. de la Asunción, Villacañas (Toledo).

    Tras asearme y realizar un pequeño mantenimiento a la bicicleta, toca buscar un lugar donde reponer fuerzas, muy amablemente, el dueño del hostal me indica que a pocos metros, nada más salir por la puerta, se encuentra el restaurante Patxis, allí disfruto de un buen menú del día, casero y reconfortante, perfecto para recuperar energía después de la etapa.

    
Gambitas que sirvieron a la espera del menú.

        Después de comer vuelvo para el Hostal para tomar una siesta e ir preparando el vídeo de la ruta de hoy, más tarde cuando baja un poco más el sol, es el momento de buscar una tienda de ultramarinos o un supermercado para coger algo que me sirva para la cena y, de paso, para el desayuno de mañana, ya que a la hora a la que me levanto todavía “no han puesto las calles”, como se dice coloquialmente.

    Así que mañana nos vemos en otra aventura.