Etapa 5: Albacete - El Provencio (Cuenca).

 8 de Julio de 2025.

Etapa 5: Albacete - El Provencio.

Distancia: 89 km.
Desnivel acumulado: 166 m.
Hora de Salida: 7:00 h.
Hora de Llegada: 13:30 h.
Tiempo empleado: 6 horas y 43 minutos, (tiempo en Wikiloc).




Rebaño de Ovejas en el Camino a Minaya (Albacete).


    A las 7:00 de la mañana, dejo atrás el hotel y me adentro en las calles de Albacete. Mi destino: la Catedral de San Juan Bautista, un símbolo imponente de la ciudad. Mientras callejeo, paso junto a la Plaza de Toros, donde se alza la escultura de Dámaso González, recordando la pasión taurina que marcó la historia de la ciudad.

Catedral de Albacete, comienza la aventura.



    Al cruzar una pasarela que sobrevuela las vías del AVE, el paisaje se abre ante mí y, por fin, me encuentro en el Camino de Santiago del Levante y del Sureste. Las primeras señales del Camino aparecen ante mis ojos: flechas amarillas sobre fondo azul, pintadas en piedras y muros que marcan el rumbo. Es un momento especial, como si las huellas de los peregrinos me acompañaran en este trayecto.

    El día ha amanecido nublado, lo cual me da un respiro. El sol, temido por su intensidad, permanece oculto tras una capa de nubes que suaviza el calor, las condiciones son ideales para pedalear, sin el agobio del sol directo.

Flechas señalando el Camino.


    Los caminos, mayormente de concentración parcelaria, son en su mayoría de buen estado, aunque, si soy sincero, desearía que estuvieran un poco más compactados, algunas zonas son un poco blandas y, en ocasiones, las ruedas de la bicicleta tienden a hundirse un poco, lo que obliga a un esfuerzo extra. A lo lejos, los campos de cereal ya se encuentran cosechados, cubriendo el horizonte con tonos amarillentos que dan al paisaje un aire cálido y seco, típico del verano y del secano.

La Gineta, Albacete, (Castilla la Mancha).


    A las nueve de la mañana, a unos 22 kilómetros de Albacete, llego a la primera localidad del día: La Gineta, es un pequeño pueblo, tranquilo, con casas bajas que parecen descansar bajo la luz de la mañana. No me detengo, sigo mi ruta. Apenas 800 metros de asfalto me separan del siguiente tramo del camino, un giro a la izquierda para adentrarnos de nuevo al camino para seguir la estela Este - Oeste. La existencia de unos campos regados por un sistema de riego por aspersión, le da al paisaje un verde que se destaca entre el dorado de los campos cercanos, a la izquierda, los almendros empiezan a asomar, sus ramas, aunque aún desnudas de frutos, aportan algo de sombra en este paisaje abierto.

La llanura de La Mancha.


    Los almendros se adueñan del paisaje así continúo pedaleando por caminos en buen estado, cruzando de vez en cuando algún cortijo o casas de campo, como las conocidas Casas de Mari Hernández. Un poco antes de llegar a La Roda —la siguiente localidad en mi ruta—, cruzo el canal del Trasvase Tajo-Segura por un pequeño puente. Esta acequia es una arteria de agua que conecta las cuencas del Tajo y del Segura, recordándome lo mucho que depende esta tierra de la gestión del agua.

    Es julio, y el color dominante en el paisaje es el dorado, que lo cubre todo con una calidez que parece emanar del suelo mismo. A lo lejos, veo la silueta de un peregrino avanzando sin sombra bajo el cielo aún nublado. Se llama Virgilio, viene de Francia, y como yo, lleva varios Caminos de Santiago a sus espaldas, intercambiamos unas palabras breves, suficientes para compartir esa complicidad que sólo se da entre quienes caminan o pedalean hacia el mismo destino.

    Un poco antes, ya en las cercanías de La Gineta, había coincidido con otro grupo de peregrinos, más jóvenes, que también se dirigían a La Roda para finalizar allí su etapa del día. La verdad es que planificar bien las etapas es clave, especialmente en esta época del año, por suerte, el cielo sigue cubierto y el calor, aunque presente, es más soportable.

La Roda provincia de Albacete, en la comunidad de Castilla-La Mancha.


    A los 43 kilómetros de ruta entro por fin en La Roda, una población más grande y animada que las anteriores, cruzo su casco urbano desde una torre que da la bienvenida a los visitantes, paso junto a la iglesia de San Salvador, y continúo hasta salir por una zona de pequeñas naves industriales, aprovecho la parada para ajustar la presión de mis neumáticos, los notaba demasiado duros para este tipo de caminos, y algo de flexibilidad mejora la comodidad en la marcha.

    Continúo mi ruta en dirección a Minaya. A medida que avanzo, me cruzo con alguna explotación minera y con un huerto solar que rompe la monotonía del paisaje. El viejo camino hacia el pueblo deja atrás el asfalto gastado y se transforma en una pista de tierra firme, cómoda para rodar. Las nubes, que hasta hace poco me daban sombra y alivio, desaparecen de golpe, y la sequedad del terreno me anuncia que el calor del día empieza a apretar cada vez más.

Campos de Castilla - La Mancha.


    Al fondo, en medio de un campo amarillento que cruje bajo el sol, se mueve un gran rebaño de ovejas, extendido como una mancha blanca en la distancia. El murmullo apagado de los cencerros me llega entrecortado por el aire cálido, levanto la mano y, casi como un reflejo, el pastor me devuelve el saludo con un gesto amplio, que rompe por un instante la quietud del paisaje.

    El camino de tierra se abre ante mí en una curva suave, con las piedras crujiendo bajo las ruedas de la bici, a mi izquierda, un árbol solitario proyecta su sombra corta sobre el terreno reseco; su copa verde y densa parece desafiar la aridez que lo rodea. En su tronco oscuro, una flecha amarilla señala el rumbo, recordándome que no pedaleo solo, que por aquí también han pasado caminantes en busca de su camino.

    Al levantar la vista, el horizonte se extiende interminable, una llanura dorada donde el cielo azul se posa sobre campos secos y silenciosos. Alguna nube blanca flota sin prisa, como si vigilara el calor que poco a poco se apodera del paisaje. El aire es seco, denso, y cada pedalada resuena en la soledad de esta tierra amplia y abierta.

    El camino se prolonga incesante hacia adelante, dócil bajo las ruedas. Solo escucho el rumor de la rueda delantera cuando muerde la arenilla suelta, como si marcara un compás íntimo en medio de la llanura. El silencio del paisaje me envuelve, interrumpido apenas por  mi propia respiración.

Bifurcación de ambos caminos el de Levante y del Sureste.


    A las once y media, tras casi sesenta kilómetros desde mi salida en Albacete, aparece Minaya. La entrada al pueblo sorprende por su sobriedad: un muro de las piscinas y, justo después, un edificio que parece vigilar el paso del tiempo. Fue en su día parador, antiguo mesón y posada fortificada del siglo XVII, refugio para viajeros y arrieros que recorrían la ruta entre Andalucía y el Levante. Pienso en aquellos hombres y animales que aquí encontraban descanso, y sonrío al descubrir que, siglos después, este lugar sigue siendo escala y alivio para quienes, como yo, se aventuran a cruzar estas llanuras manchegas.

    Ya en el interior de la localidad me encuentro con la bifurcación de los caminos: el del Levante y el del Suroeste. El primero se adentra hacia el Norte, mientras que el segundo —el que yo seguiré— se abre paso hacia el Sureste, guiándome más adelante por la zona occidental de la Comunidad de Madrid. La elección está clara, y con ella el rumbo de mi viaje.

Pedazo de bocata que me comí en Minaya.


    A punto de dejar atrás Minaya, descubro un área de servicio y decido que es el lugar perfecto para un pequeño descanso. El cuerpo lo agradece. Pido un vaso de Cola cao bien cargado y un magnífico bocadillo de jamón con queso de la zona. El sabor intenso y sencillo detiene el tiempo; cada bocado es un regalo que hace más llevadera la ruta y me permite saborear no solo la comida, sino también el propio viaje. Es un instante de calma, de esos que convierten la etapa en algo más que kilómetros recorridos.

    Al dejar atrás la localidad, el paisaje empieza a transformarse. Los primeros viñedos aparecen a ambos lados del camino, con hileras verdes que rompen la monotonía del terreno, y se alternan con los campos dorados de cereal que se mecen suavemente al compás del aire. El contraste de colores —el verde intenso de las cepas y el amarillo cálido del grano— da vida a la llanura y convierte el pedaleo en un recorrido casi pictórico.

Señalización del Camino a la salida de Casa de Roldán (Cuenca).


    Tras unos cuatro kilómetros llego a Casas de Roldán, una pequeña población situada al sur de la provincia de Cuenca, apenas a cinco kilómetros del límite con Albacete. Este municipio, dependiente del ayuntamiento de Casas de los Pinos, no presume de monumentos ni de un legado histórico remoto, pues su origen no va más allá del siglo XIX. Sin embargo, su sencillez encaja con el entorno: un lugar discreto y tranquilo que se deja cruzar sin estridencias, como una breve pausa en la continuidad de la ruta.

Casa de Roldán (Cuenca). Foto de internet.

    Hago una breve parada frente a la fachada de su iglesia, sencilla pero centro de la vida cotidiana del pueblo. En el suelo de sus calles aún permanecen las pinturas del reciente Corpus Christi, vestigios de una fiesta que llena de color lo que ahora se muestra tranquilo y callado. Esos detalles me recuerdan que, más allá de los nombres de las localidades, las costumbres se repiten como un hilo común que une a innumerables pueblos de esta tierra.

Caminos llanos y rectos salpicados de algunos almendros y olivos.


    Restan todavía veintidós kilómetros para el final de la etapa, aunque apenas se sienten en las piernas: el rodar es rápido y sencillo, y casi todo el recorrido lo hago con la asistencia de mi bici eléctrica apagada, pues el terreno lo permite sin esfuerzo. Es mediodía y el sol, implacable, se convierte en un compañero exigente que marca el ritmo, obligándome a buscar la sombra y a pensar en el merecido descanso que me espera al llegar.


chimenea con la indicación del camino, (provincia de Cuenca).


    El paisaje sigue fiel a lo vivido hasta ahora, caminos llanos que se extienden sin fin entre los campos dorados de cereal, salpicados aquí y allá por viñedos jóvenes y por encinas solitarias, guardianas mudas de la llanura.

    A la una y media de la tarde, tras casi noventa kilómetros recorridos y siete horas de pedaleo con 32ºC, alcanzo por fin El Provencio, destino de la etapa de hoy. Esta localidad, situada en la provincia de Cuenca y perteneciente a la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha, me recibe con la calma propia del mediodía. El cansancio acumulado se mezcla con la satisfacción de haber completado la jornada, y mientras entro en sus calles siento que cada kilómetro recorrido ha merecido la pena.

Entrada a El Provencio, (Cuenca).


     Lo primero es hacer una parada en uno de los dos bares que encuentro en la localidad, necesito un momento de descanso y de poner en orden mis ideas, y qué mejor que hacerlo con una buena cerveza bien fría.

    Me la sirven acompañada de un pincho: una ensaladilla rusa, algo muy de agradecer. Por estas tierras, en casi todos los lugares donde pides un refrigerio, te lo sirven con una tapa generosa y contundente.

    En la calma de la sombra, abro el mapa en mi teléfono y localizo el lugar donde me alojaré, está a las afueras de la localidad y se trata de un viejo hostal restaurante que en su momento estuvo a pie de carretera. Como muchos de los que existían para dar servicio a camioneros y viajeros, hoy intenta reinventarse para no caer en la ruina, como tantos otros que han quedado abandonados.

Porche del alojamiento de hoy, a pie de carretera.

    El lugar donde pasaré la noche se llama Hostería Tierrallana by Juypehotel, un rincón tranquilo que conserva el encanto de lo que un día fue, reinventándose cada día para seguir viviendo. Aquí, entre sus paredes llenas de historia, encuentro un remanso de calma para el descanso antes de retomar mañana la ruta.

     La comida la hago en un restaurante a pie de carretera a la entrada de la población, la verdad que era un poco tarde, pero me atendieron amablemente, después una vuelta por el pueblo, desierto ya que son horas en que el sol y el calor se encuentran en su máximo esplendor.

Ayuntamiento de El Provencio, (Cuenca).



Como su cártel dice: museo del cómic.

Iglesia Ntra. Sra. de la Asunción de El Provencio.


    Localizo un supermercado y espero a que abran, aquí cojo lo suficiente para la cena y también para el desayuno de mañana, con todo ello regreso al hotel, para descansar un rato, tomar unos apuntes y revisar todos las cosas que llevo conmigo, carga de todas las baterías, focos, realizar el vídeo, desechar alguna foto etc.

Vista desde la ventana de mi habitación.

    Sin más me despido hasta mañana, me suelo ir a la cama pronto, sobre las nueve de la tarde, ya que prefiero madrugar para evitar las horas centrales del día y que me pillen pedaleando.

        Hasta mañana.

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